Estoy convencido que nada sucede por casualidad, sino que todo tiene un propósito definido. Al fin de cuentas los símbolos jamás son inocentes. Fue hace un par de meses, por esas cosas que no se pueden explicar con lógica y ciencia, pero que todos entendemos con el corazón; que Youtube me sugirió el documental La isla de León. Era una tarde de sábado calurosa, había tomado café y un documental me caería bien. Pasaban los minutos y me agitaba ese recorrido fatídico y lacerante, caminaba y a veces corría desesperado entre los recuerdos atormentados de un hombre inocente. Un hombre inocente que pagó caro haber nacido pobre.
En La Isla de León, José León Sánchez nos permite romperle una vez más el corazón, atormentándolo con los recuerdos que quisiera olvidar pero que no puede o que tal vez no debe. Entre llantos y ojos hinchados, don José vive una vez más las hambres, los abusos y la soledad de La Isla San Lucas, un lugar tan macabro que ninguna escuela, cantón o distrito llevaba su nombre, un presidio al cual Dios olvidaba mirar y donde las aberraciones más descaradas se convertían en un pan cotidiano. Es imposible no mojarse las mejillas, o no experimentar una sensación de incomprensible soledad, miedo y frustración. Solo puedo pensar en una manera de compensar a don José por lo que Costa Rica le hizo y es acompañándole a lo largo de 273 páginas de La isla de los hombres solos.
«Es tan amargo el presidio y hay tanto sabor a fiera entre sus paredes” (Sánchez, 1968)
León Sánchez, José (1968). La isla de los hombres solos
El 19 de abril de 1929 llegó al mundo José León Sánchez, de padre desconocido y de madre prostituta. Fue regalado a un mercader y luego abandonado en un Hospital, tiempo después ingresaría al Hospicio de Huérfanos de San José. A los 20 años don José fue acusado por su suegro por el robo de las joyas a la Virgen de los Ángeles. Bajo tortura, aceptó los cargos e inició la más amarga y dolorosa fase de su vida. Si encerrar a un hombre en un presidio es como cortarle las alas a un colibrí, encerrar a un hombre inocente es tan cruel como ahogar a un niño en los brazos de su propia madre.
Jacinto es el protagonista de la novela, narra a través de la vida de varios personajes las torturas inhumanas de las que eran víctimas los reclusos en la Isla San Lucas, la soledad que los acompañaba, el hambre sediento de nuevas víctimas, las enfermedades; que pacientes esperaban sentadas el ingreso de nuevos reos.
La violencia mojaba cada rincón del presidio y con creatividad buscaba nuevas expresiones de dolor;
“El aire adentro era fétido y entraba como hilos por una rendija pequeñita y tan delgada como las hojas de un cuaderno. Un medio estañón en una esquina que hedía a demonios; era el destino a nuestras necesidades.
El suelo y las paredes eran de piedra redonda, lo que hacía incómodo hasta el estar sentado. Con el tiempo me di cuenta que ahí todo lo hacían de piedra: los caminos, las casas, los calabozos, los soldados eran de roca por la forma de obedecer y dar órdenes, y en general todo el ambiente era duro y rocoso.
Y en piedra – piedra durísima – estaban destinados a convertirse nuestros corazones también”
León Sánchez, José (1968). La isla de los hombres solos
En San Lucas se ejecutaban rutinas de castigos que contrariaban todos los principios básicos del derecho, del respeto a la vida humana y del vivir cristiano. Los presidiarios no eran hombres, eran números, pero no cualquier número. Eran de esos números que no poseen valor, de los que no se puede negar su existencia pero que tampoco se habla de ella. Números que se evitan en las ecuaciones sociales, en los discursos de los políticos y en las mesas de los hogares.
“Ahora todo se me había quedado atrás y para siempre: la única compañera fiel que me quedaba era la cadena para llevarla por todas partes y en muchos años como si ella fuera parte de mi carne, de mis manos, de mis pies; dejándome en pocos meses la huella de su besar sobre mi piel y una llaga naciente y repetida que se hacía cruz sobre la carne. Aprendía todo lo nuevo en un mundo en el que no se me tomaba como un hombre, sino como un número; en que la comida tendría que recibirla en papeles y hojas de plátano o en la cuenca de mis manos hasta lograr un tarro y saber, día con día, que el hambre es la más cruel de todas las torturas que el hombre aplica a sus semejantes”
León Sánchez, José (1968). La isla de los hombres solos
La isla de los hombres solos duele. Duele leerla, imaginarla, duele saber que fue real y que como sociedad no hicimos nada durante muchos años. Duele saber que esta sociedad desprecia a los presidarios, con un desprecio tan indescifrable como el dolor de una madre que visita a su hijo preso, mientras volcanes de resignación cocinan sus entrañas al no poder liberarlo. Duele saber que José León Sánchez tuvo que ser sometido a un castigo injusto, para que pudiésemos conocer la magia de su palabra y la lírica de su prosa.
Conocer la historia nos obliga a no repetirla. Costa Rica debe garantizar que los privados de libertad sean tratados con dignidad y respeto. Implantar un régimen basado en el aprendizaje y la educación, cuyo propósito sea reformar personas a través de la palabra, de la estima y el amor al prójimo.
La ex ministra y el ex viceministro de Justicia Cecilia Sánchez y Marco Feoli, fueron atacados severamente por diversos sectores de la población al tratar de reformar el sistema penitenciario. Ellos pretendían humanizar la ejecución de la pena por medio del arte, la cultura, el deporte y el acercamiento familiar. Leer La isla de los hombres solos nos hace conocer parte de una historia plagada de inmundicia y nos obliga a evitar que se repita. Somos los costarricense de 2019 los llamados a respaldar programas como los propuestos por Sánchez y Feoli, entendiendo que los castigos, el maltrato y la violencia arrojan fuera de los penales a hombres y mujeres peores que los que entraron.
PD: 😱

Les adjunto el link a La Isla de León:
Excelente apreciación, Felicidades.
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Gracias 😀
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Conmovedora apreciacion; a traves de ella pude atisbar dolor, pero tambien liberacion. Invita a leer el libro.
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Si motivó a una sola persona a leer el libro; entonces todo valió la pena.
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